….gato callejero…
No soy supersticiosa…reto al destino a cruzar un gato negro
en mi camino…
Más pequeños, pero más sigilosos…no muerden, pero
arañan…expertos en el arte de esconderse…los gatos callejeros son mucho más
peligrosos que los perros vagabundos. Un gato callejero suele estar en la calle
porque él quiere, porque no aguanta estar encerrado en un hogar y echa de menos
la libertad…un perro vagabundo suele estar en la calle porque le han abandonado
y vive añorando un techo caliente…son… más fieles.
Menos mal que tan solo me crucé contigo…
Te colabas en mi casa haciéndome creer que no tenías que
llevarte a la boca y resulta que, simplemente te gustaba la aventura y
escapabas cada noche de tu casa por la rendija de la ventana de arriba mientras
tu dueña dormía. Pudiendo tenerlo todo…porque renunciar a algo? En cuantas
casas más habrás estado…
Me pregunto si salías por su ventana con el mismo sigilo con
el que entrabas por la mía.
Debo reconocer que fui yo la que pegó el primer silbido. Te
vi solo. Solo, rondando mi casa….y eras tan bonito…pequeño pero fuerte, negro con una mancha tatuada en el lomo. También
reconozco que no respondiste a mi primera llamada. Si hubo una segunda fue
porque tuve la necesidad de comprobar que estabas bien. Igual se me pasó por la
cabeza quedarme contigo si resultabas ser callejero…quizás. En el fondo creo
que, todos los que andamos en ese momento de nuestra vida en el que nos falta
algo de compañía, estamos esperando ese perro vagabundo o ese gato callejero
que pasea por la calle, solo, con frío y hambre que nos veremos obligados a
acoger pensando “como lo iba a dejar ahí?”, “me lo quedaré hasta que
encontrarle un hogar”…y luego, casi siempre pasa, que termina siendo ese
compañero fiel de por vida.
Igual te llame esa segunda vez porque echaba de menos un
compañero…
Te acercaste con cuidado. Cruzaste el jardín hasta llegar a
la verja de mi patio. A penas te dejaste acariciar, pero en seguida supe que,
aunque anduvieras por la calle, ya habías estado bajo un techo. Ya conocías el
calor de un hogar, ya te habían acariciado antes. Si rebuscabas en los cubos de
basura solo tu sabes porque lo hacías. Yo me puedo hacer a la idea también.
La primera noche no quisiste entrar. Pasamos un rato
“conociéndonos”. Traté de engañarte jugando, pero…ahora lo entiendo todo…te dio
miedo tardar demasiado y encontrarte tu ventana cerrada.
Durante la siguiente semana salí cada noche a buscarte pero
no te vi. Estuve siete días, siete! agarrándome a esa ilusión…y por fin, al
octavo día, cuando ya te había guardado como una bonita anécdota (aunque dejé
las puertas abiertas por si acaso), te vi de refilón por el patio. Decidí no
acercarme. No sé como fui capaz de aguantar. Entonces, en cuestión de segundos,
llegaste al filo de la puerta del salón. Ibas orgulloso, con la cabeza alta y
tus elegantes andares. Me miraste directamente, como pidiendo permiso para
entrar. Me levanté, muerta de miedo por si me llevaba un zarpazo. Me agaché
para estar a tu altura…jaja…cara a cara. Y viniste a mi. Esta vez me dejaste
acariciarte a la primera. Me fui a la cocina y me seguiste como si ya
conocieras mi casa. Te preparé un vaso de leche. No bebiste. Volvimos al salón.
Creo que contigo aprendí a calmarme, a andar sigilosamente y tranquila. Nos
echamos en el sofá. Eras tan suave como había i
Ahora puedo reconocerte que desde esa primera noche supe que eras de otra. Que te seguí cuando saliste de mi casa y te vi entrar por su ventana. También puedo reconocerte que me prometí no volver a dejarte entrar en mi casa. Prometí no involucrarme…y que si lo hacía jamás sería capaz de culparte de algo que yo misma permití. Pero sabes que? Preferí tenerte a medias que no tenerte…siempre he sido igual de estúpida.
No venías todas las noches, pero créeme, al final era
capaz de predecir cuando aparecerías. Solía ser de madrugada…llegabas a mi
ventana borracho de soledad y deseando escuchar uno de mis cuentos. Y yo te
esperaba, sedienta de compañía, y deseando nuevas marcas, nuevos arañazos que
me hicieran sentir que aún estaba viva.
Lo malo fue que de vez en cuando venías más canalla de lo normal y
decidías hacer heridas más profundas sin pensar en las consecuencias. Y al
final...me acostumbré a tenerte a medias. Que gran error. Me volví sonámbula.
Me acostumbré a no dormir de noche porque era el momento más bonito del día.
Que triste conformarse con tan poco…pero es que ese poquito era más de lo que
me habían dado. Así que finalmente si, me involucré…y si, te culpé…no puedo
negarlo. Te culpé por desaparecer…de esa manera tan ruin. Sin una despedida
como nos merecíamos, con mentiras, con engaños…jamás te exigí nada, jamás
pregunté nada, hice como si fuéramos de mundos distintos, incapaces de
entendernos porque hablábamos distintos idiomas.
así resultaba imposible no desearte! Al fin, algo de calor
en mi casa…al fin, algo de compañía…y esa sensación de vacío tan horrible
cuando te fuiste.
Ahora puedo reconocerte que desde esa primera noche supe que eras de otra. Que te seguí cuando saliste de mi casa y te vi entrar por su ventana. También puedo reconocerte que me prometí no volver a dejarte entrar en mi casa. Prometí no involucrarme…y que si lo hacía jamás sería capaz de culparte de algo que yo misma permití. Pero sabes que? Preferí tenerte a medias que no tenerte…siempre he sido igual de estúpida.
A partir de esa noche tus visitas se hicieron más asiduas. Entrabas
en mi casa con esa manera tan peculiar que tenías de pedir permiso… Yo me
preparaba un colacao del que tu siempre me robabas un poco, y pasabas la noche
escuchando mis “cuentos” y sin decir ni una sola palabra. Parecía el cuento de
las mil una noches…que, como el sultán, mientras tuviera uno preparado no
faltarías…pero yo no era una buena Sherezade…
Ahora te abro mi corazón, en el idioma universal, porque ya
no hay promesas, prohibiciones, ni reglas…el juego ha terminado. Porque ahora
puedo ser como soy yo realmente, sin miedo a perder lo que nunca existió. Puedo
decirte que, si me hubieras dejado tan solo una noche entera, hubiera hecho que
olvidases el camino de vuelta. Que, si no te hubiera prometido que no lo haría,
hubiera luchado por ti como yo sé…con toda el alma. Que, para que tu vivieras
la conciencia tranquila, tragué palabras que ahora me queman por dentro. Que,
si te hubiera respetado lo poco que mereces, hubiera traficado con mis armas
para abrirte en canal y llegar dentro tuyo. Que si no te has quedado es porque
yo no he querido…porque te he respetado más a ti que a mi misma y mis
sentimientos. Que conmigo hubieras
vivido con las ventanas abiertas y sin embargo no hubieras tenido la tentación
de escapar.
Ahora…ahora puedo decirte que, cuando menos lo esperes, te
acordarás de mi…que recorrerás los 36 pasos que hay hasta mi ventana y la
encontrarás cerrada, y entonces, tan solo entonces podrás erguirte como persona
y dejar de ser un animal. Porque siempre dijiste que lo que te acercaba a mi
ventana era tu parte más animal, y yo me cosí la boca para no escupirte la
realidad: la parte que viene a mis brazos es la más humana…aún no te has dado
cuenta? Que si me pusieron en tu camino no era para lo que tu pensabas, sino
por algo mucho más grande que ya nunca podrás comprobar.
Me despido de ti, sabiendo que seguiré buscándote cuando
salga a tirar la basura, que seguiré despertando a las cinco de la madrugada
esperando escuchar tus golpes, que seguiré preparándome un colacao cada noche a
pesar de ser de Nesquik, que seguiré comprando sal a pesar de cocinar sin
ella…que seguiré con las ventanas abiertas poniendo como excusa el
calor…incluso en pleno invierno.
Me despido de ti con uno más de mis cuentos…tan solo eso…un
cuento de lo que podría haber sido y ya no será. Hasta que un buen día entre
alguien por aquella que en su día fue TU VENTANA y se quede a escuchar mis
cuentos y a construir uno nuevo.
No soy supersticiosa…reto al destino a cruzar un gato negro
en mi camino…
No soy supersticiosa…reto al destino a cruzar un gato negro
en mi camino…