En el fondo tan sólo somos…unos Ludópatas de la vida.
Si le das una presa, el león de circo cazará. Si le abres la puerta, el pájaro se irá. Si juegas…sentirás! Sufrirás, llorarás, pero tras cualquier pequeño triunfo…querrás volver a jugar.
Mi juego comienza cuando cierro los ojos, en cualquier lugar y en cualquier momento. Decido que estoy cansada de la rutina. Decido que estoy cansada del miedo que se empeña en paralizar mis sentidos. Y sé que es en ese preciso instante, cuando entro en mi juego, el momento en que puedo ser quien yo quiera y hacer lo que yo desee o…cuando puedo ser yo en toda mi esencia.
Entonces me convierto en princesa presa, en vagabunda, en una mujer gladiadora, en un hada nocturna, en princesa de las tinieblas…y, elija lo que elija, siempre estás tú: mi pequeño gigante…has decidido jugar conmigo y no te voy a dejar escapar. Porque sin ti no hay juego. No me gustan los solitarios, nunca he sido capaz de ganarme a mí misma, demasiado…¿tramposa?
Y hoy…hoy quiero ser yo el diablo. Hoy no soy la que mueve las fichas blancas, no soy pequeña ni frágil. Hoy soy una amante del diablo a la que le han dado el poder de guiar tu alma por una sola noche. Si ese poder lo hubiera tenido cuando era inocente y miedosa…pero es que solo el diablo dispone de él!
Juego con tu alma, tú hoy no juegas… decido quitarte la luna, esa que acalla tus lamentos, y te vuelves débil al momento. Me encanta la noche. No hay luz que te guíe sin ese astro tan codiciado. Así que tan sólo puedes guiarte por mí, hasta mí. Y llegas a un pequeño castillo que nada tiene que ver con tu gran palacio dorado. Un castillo que más bien se asemeja a tus mazmorras. Las enredaderas cubren las piedras de mi hogar siniestro. Por el camino tus ojos se han ido acostumbrando a la oscuridad y eres capaz de ver la gran puerta de madera. No quieres entrar, deseas con todas tus ganas volver a tu luminoso palacio custodiado por la inmensidad de la luna. Pero echas la vista atrás y no encuentras camino alguno. Desesperado buscas refugio en los arbustos cercanos, no quieres entrar…no quieres sentir…
Pero no te has dado cuenta de que yo estoy en lo alto del ruinoso torreón. Esta vez puedo mirarte desde arriba aun siendo diminuta a tu lado. Y muevo tus hilos desde esa posición porque al fin he aprendido como puedo llamar tu atención. Hay algo que solo puedo darte esta noche. Con un giro rápido de muñeca alzo tu brazo para que golpees la puerta. Tiras fuerte en sentido contrario para escapar, pero no te has dado cuenta de que los hilos están hechos de alambre…fuiste tú el que me enseñaste que la dureza a veces es como esa tirada de dados que te hace ser el vencedor! Maestro de juegos superado por su alumna.
Llamas con fuerza, ¡la lucha es lo que tiene!…Y la puerta se abre. Atemorizado te tapas los ojos para no ver lo que te espera al otro lado. Giro de muñeca de nuevo y tus manos te dejan sin escudo. Mi risa suena hasta doler. Pero no soy el diablo amor, tan sólo una de sus amantes, ¿acaso no ves la diferencia con tanta oscuridad rodeándonos? Tan solo debes dejarte llevar, sentir…
Tras la puerta una luz lo invade todo, hasta el punto de alumbrar desde dentro de mi castillo tu camino de vuelta al gran palacio. Sólo tienes que girarte y…huir! Es fácil!
Suelto tus cables, los dejo caer. Eres libre pequeño gigante! Pero no te vas. No puedes irte ya que esa inmensa luz te atrae como si de tu polo opuesto se tratase. Notas como dejas de ser mi títere para ser el suyo. Tratas de entrar, pero…eres demasiado grande. Apenas cabe uno de tus brazos por la puerta. No dudas en meterlo para intentar alcanzarla. “Ey! Pequeño gigante! No es tan difícil…” grito desde lo alto. Miras hacia arriba y me ves, tan blanca como siempre. Con solo mirarme a los ojos sabes de sobra lo que tienes que hacer. Tan sólo tienes que soltar algo de peso! Dejar salir todo el calor, cariño, amor, lágrimas y corazón que guardaste de más en tu cuerpo cuando eras humano, a sabiendas de que ese cuerpo convertido en saco podía estallar en algún momento. Tan solo compartir alguno de tus sentimientos. Nada más. Así de sencillo y de complicado al mismo tiempo.
Tratas de abrir la boca, pero algo te lo impide. Esta vez no son mis cuerdas… Tampoco eres mudo, aunque hayas aprendido a vivir de ese modo. Lo que te falta realmente es valor…o algo que merezca la pena lo suficiente: La luna. Tienes la luna a tu alcance, a tan solo unas palabras, pero no puedes.
Metes tu brazo por la puerta y tratas de cogerla. Con la fuerza que haces mi castillo comienza a desquebrajarse, es viejo y está dañado. “maldito cabezota!” grito desde arriba. Son las seis y 17 de la mañana y el sol va a salir. Mi pacto con el diablo termina aquí. Lloro de impotencia por no haber alquilado mi alma por una noche más. Lloro de impotencia por no haber conseguido en esta noche que cruzaras la puerta. Me miras, pero no dices nada. Jamás dices nada! Vuelves a intentar llegar hasta tu luna, con más fuerza esta vez. Algunas rocas del torreón caen sobre tu espalda pero ni te enteras. Tu cuerpo no siente algo tan pequeño. Sale el sol. Un día nuevo. Bajo la luz el castillo tiene un encanto especial. Está cubierto de un manto verde decorado por lágrimas del rocío. Ya no se parece a tus mazmorras, más bien a tu precioso jardín. De pronto sientes algo frío sobre ti, gotas. Miras a lo alto del torreón pensando que son mis lágrimas, pero…el torreón ya no está. Lo tienes alrededor tuyo hecho añicos. Simplemente está lloviendo.
Ahora sí. Dejas de intentar alcanzar la luna y comienzas a apartar rocas que son como granos de azúcar en tus manos. Ves mi vestido negro asomar por un agujero. Está empapado, pero no por la lluvia…por tus lágrimas! ¿Así que resulta ser cierto eso de que no te das cuentas de lo que tienes hasta que lo pierdes? Te haces tan pequeño en tan poco tiempo… Tus lágrimas se mezclan con tus palabras que salen atropelladas tras años de silencio. Pareces tan frágil…eres como un niño, perdido. Ya no necesitas tu gran Palacio de oro, ni tu grandiosa luna. Tan sólo necesitas descansar un poco. Ser humano es agotador. Miras hacia la puerta. La maravillosa luz sigue ahí dentro. Entras. Ya cabes…de sobra. Desnudo, sin tus grandes ropas, sin tus joyas, sólo tú. Humano. Pasas por delante de la luz tapando el reflejo que es demasiado intenso. Comienzas a subir las escaleras. Notas tu corazón palpitar, vuelves a estar vivo.
“Ey! Pequeño gigante!” grito. Te das la vuelta sorprendido, pero tanta luz no te deja verme. “¿Acaso no quieres aquello que tanto ansiabas?”. No esperaba contestación alguna, me había acostumbrado a tu silencio. “No es la luna lo que ansiaba. Ni tesoros, ni palacios…Te deseaba a ti, pero eras demasiado pequeña para poder verte, o yo…demasiado grande”. De pronto la luz desaparece y apartas tu brazo de tu cara. Me acerco y te beso. “Mi nombre es Luna”. Apenas eres unos centímetros más alto que yo. “Yo soy Eduardo”.
Una partida siempre es imprevisible. Cada uno gana a su manera. Algunos simplemente aprenden a jugar. Tenemos la fea costumbre de dejar de jugar la vida cuando dejamos de ser niños. Cuanto más grande es lo que podemos ganar, mayor es lo que nos arriesgamos a perder…nos volvemos cobardes. Para un humano no jugar la vida, es como tener a un pájaro enjaulado o un león en el circo. Se acostumbran ya que no conocen otra cosa, pero sus instintos están ahí y jamás desaparecerán.
Si le das una presa, el león de circo cazará. Si le abres la puerta, el pájaro se irá. Si juegas…sentirás! Sufrirás, llorarás, pero tras cualquier pequeño triunfo…querrás volver a jugar.
En el fondo tan sólo somos…unos Ludópatas de la vida.
martes, 26 de abril de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario