Jugamos a que somos niños de nuevo y disponemos de una vida entera para alcanzar nuestros sueños?
Jugamos a que nos dejamos llevar por nuestros impulsos de nuevo?
Juguemos a que en este mundo solo estamos tú y yo…no hay nadie más en quien pensar. Tú puedes ser tú… mudo, porque estás lo suficientemente cerca como para traducir tu silencio; frío, porque tienes que compensar el calor que lleva tu sangre cuando eres libre…y yo puedo ser simplemente yo…clara, sin tener que callar mi voz, mis palabras, porque solo repercuten en ti; apasionada, porque ya no soy un títere manejada por los que me rodean.
Juguemos a que tu eres “Mudito”, pero esta vez no eres el enanito del cuento, sino un gigante que no puede ver lo que tiene a su alrededor desde su mundo en las alturas. Y yo soy una princesa, de piel blanca y ojos azules, pero esta vez no soy “Blancanieves”, sino la Princesa de Hielo, que hace tiempo gastó el calor que llevaba su sangre apasionada.
Donde tu vives, vagas sólo por las noches buscando alguien que llegue a tu altura. No sabes que un poco más abajo está todo lo que podrías desear. No sabes, que, en ocasiones, pierdes lo bonito de la vida por querer algo siempre más grande, más valioso. Desconoces la belleza de que la luna ilumine tus noches porque te has acostumbrado a tenerla cerca, hace tiempo que no puedes mirar a nadie a los ojos, el olor de la vida no te llega estando ahí arriba. Estás solo aunque tengas el mundo en tus manos. Pero es que un día decidiste que: preferías no sentir nada para no sufrir. Entonces abriste la puerta a la soledad y tan sólo te alimentaste a base de egoísmo y superficialidad. Decidiste guardar más calor, cariño, amor, lágrimas y corazón del que cabe en un cuerpo humano, y por eso creciste hasta poder albergarlo todo sin tener que desprenderte jamás de uno solo de tus sentimientos. Te los guardaste todos para ti.
Mientras tanto, en ese diminuto mundo a tus pies al que jamás dedicabas ni una sola mirada de soslayo, yo me asomé una noche a la ventana para admirar el firmamento como siempre hacía, pero esta vez todo estaba oscuro. La luna no estaba! Había desaparecido… Me puse mi capa roja y salí a buscarla. Comencé a andar hacia el bosque porque desde la roca donde el lobo aúlla a la luna llena es imposible no verla. Tenía que estar ahí seguro. Hacía más frío de lo normal esa madrugada y me olvidé de calzarme antes de salir.
Conseguí llegar a la roca del lobo, pero nada, la luna no estaba. Entonces oí un ruido tras de mí. El viejo lobo salió de entre las sombras y me dijo que ella no se había ido, podía sentirla, pero que había algo que la estaba tapando. Según me acercaba al extremo de la roca pude ver como mis pies se volvían de color blanco. Llegué al barranco y entonces lo ví. Te ví. Eras tú quien tapaba la luz de luna. Acaso te creías lo suficientemente importante como para privarnos de su encanto? Te grité con todas mis fuerzas, pero mi voz era demasiado suave para que pudieras percibirla a tantos metros de distancia, tu no me oías. Mis piernas se volvían de color blanco. Me acerqué a tus piernas y te golpeé con rabia hasta quedar sin aliento, pero tu no me sentías. Mis manos y brazos se volvían blancos también. Entonces, destrozada por el esfuerzo y sabiendo que sería inútil cualquier cosa que hiciera, me eché en el suelo y comencé a llorar hasta quedarme dormida por el agotamiento.
No sé si fue algún resquicio de lo que quedaba de ti, pero cuando mi llanto alcanzó las estrellas fuiste capaz de escucharlo y se te enganchó en el pecho e hizo que echases la vista abajo. Me viste porque mi cuerpo ya era blanco, había perdido mi fuerza en intentar llamar tu atención. Te agachaste pensando que era algo valioso por mi brillo, pero tan sólo era yo. Ante la confusión decidiste llevarme contigo, ya comprobarías mi valor.
Me desperté en un palacio de oro, en una cama cubierta de las sábanas más suaves que jamás acariciaron mi piel. Todo en aquella habitación relucía. No podía existir mayor riqueza de la que había en tu castillo. Estabas sentado frente a mí y me mirabas con curiosidad. Mi cama te llegaba por las rodillas. Te pregunté tu nombre y entonces es cuando me di cuenta de que no podías hablar. Entonces te conté porqué estaba en aquella roca dormida, te conté que la luna había desaparecido y que tenía que continuar mi viaje hasta dar con ella. Me ofreciste tu mano y sin saber porque confié en ti, me subí en ella y me acercaste al balcón. Ahí estaba! Y era la luna más grande que jamás había visto…un aire cálido se apoderó de mi cuerpo en segundos y mi piel comenzó a tornarse de color rosado. Tú sonreíste. Yo te miré y pude ver algo de bondad en ti.
Había encontrado el lugar desde donde la luna se veía más bonita de todo el mundo y su belleza y calor me hicieron quedarme en tu Palacio. Quería más. Los días pasaban rápido. Tu escuchabas mis historias sobre el mundo que teníamos bajo nuestros pies, y cada mañana, al levantarme, tenía la sensación de que te hacías un poquito más pequeño, estabas más cerca mío…pero aún no conseguía ver el color de tus ojos…
Una noche, ojeando uno de los libros de la habitación encontré la foto de una joven preciosa, una campesina, con un hombre de ojos azules que la abrazaba. Los dos se miraban con un amor que costaba imaginar de lo grande que parecía. Golpeaste a la puerta, te abrí y esta vez pudiste pasar sin tener que agacharte. Aún así no me miraste a la cara, te escondías tras tu melena. Me agarraste de la mano y me acompañaste al balcón, como hacíamos cada noche para ver la hermosa luna desde nuestra lujosa vida en las alturas.
Yo hablaba sin cesar, tu escuchabas como siempre, y, de pronto, tras meses sin echar la vista abajo…eché una mirada de soslayo a mi antiguo mundo, aquel del que apenas recordaba nada, y vi que miles de estrellas habían caído y se esparcían por el suelo! Que horror!!! Debía volver, tenía que arreglarlo, no podíamos destrozar la noche. Me agarraste del brazo para impedir que me fuera, pero yo tiraba fuerte, tenía que bajar. Me acercaste a ti, me aprestaste con fuerza contra tu cuerpo y me besaste. Por primera vez, descubrí tus ojos ,azules, repletos de vida, descubrí que eras el chico de la fotografía. Aquel que algún día amó de verdad, como hacía en este mismo instante. Aquel que dejó el amor de su vida por el lujo, la riqueza y la ambición. Aquel del que yo también me había enamorado… Pero tenía que volver, necesitaba volver. Prefería quedarme con un millón de estrellas pequeñitas aun sabiendo que me quedaría sin esa luna inmensa. “Lo siento” dije, “ estaré ahí abajo”.Tratabas de decirme algo, pero tu voz no conseguía salir. Se hacía tarde, tenía que marchar.
Según llegaba a mi mundo el frío era más intenso, los pasos me costaban más. Mi cuerpo íba perdiendo poco a poco el color. Y entonces me di cuenta de lo que estaba pasando. Aquellos puntos que brillaban no eran las estrellas, sino las personas que se habían vuelto de un blanco tan puro que deslumbraba. Al igual que yo, su esfuerzo por recuperar la luna les había hecho perder el calor de su sangre. Entonces se me ocurrió algo para hacer que todos los habitantes pudieran seguir con sus vidas a pesar de que la luna siguiese tapada. Les reuní a todos en la roca del lobo y les conté la historia del Eduardo el Gigante, que cambió las cosas realmente importantes por una vida repleta de lujo. Les expliqué que la luna era lo único que conseguía mantener vivo lo poco humano que quedaba en él, y que él la necesitaba más que nosotros. Entre todos, daríamos a la noche la luz que se llevó la luna gracias a nuestra piel blanca. Ese era el regalo de la luna por habernos esforzado tanto en encontrarla. Y así conseguimos levantar de nuevo nuestro mundo, ahora llamado la Ciudad de Hielo, no por ser fría, sino porque de tanto calor humano hacía falta algo que lo compensara.
Desde aquel día en que nos reunimos en aquella roca, una vez al mes, la luna aparece en su mayor esplendor y oímos unos aullidos desgarradores. Yo sé que es Eduardo, que no puede contener a la bestia que lleva dentro cuando nos presta su luna. Y sé que esos gritos no son más que todo el dolor que le hace tan grande, que le hace vivir en otro mundo, que guarda tras su silencio, y que tan solo Deja salir las noches en que nos presta...su Luna Llena.
Desde entonces, cada noche, pienso…”pero si era nuestro juego, entonces...puedo ir a buscarte! puedo arrastrarte del brazo hasta mi mundo aunque para ello me vuelva casi transparente. Puedo cerrar tu boca con millones de besos para sosegar a la bestia que llevas dentro. Puedo darte todo el amor que un día perdiste por ser egoísta y romper el maleficio de no volver a encontrar en que creer. Puedo vivir contigo en este mundo oscuro porque tu esfuerzo y el mío nos han dado la luz suficiente. Puedes vivir conmigo mirándome a los ojos, a mi altura, porque en nuestro juego podemos estar solos tú y yo, sin pasado, sin dolor ni sufrimiento, sin ansias de poder."
Juguemos a que en este mundo solo estamos tú y yo…no hay nadie más en quien pensar. Tú puedes ser tú… mudo, porque estás lo suficientemente cerca como para traducir tu silencio; frío, porque tienes que compensar el calor que lleva tu sangre cuando eres libre…y yo puedo ser simplemente yo…clara, sin tener que callar mi voz, mis palabras, porque solo repercuten en ti; apasionada, porque ya no soy un títere manejada por los que me rodean.
Quién fuera niño…de momento me conformaré con salir al balcón las noches de Luna Llena y escuchar a mi gigante…
Jugamos??