viernes, 1 de septiembre de 2017

La Mujer de Rojo





…Me moriré de ganas de decirte
Que te voy a echar de menos…


Me han escrito…no…nos han escrito miles de historias, amor, y sin embargo aún nadie ha conseguido el valor suficiente para contar la verdad…tan horroroso fue cuándo a mi me ayudó a tejerme por dentro? Creo que más que horroroso fue real, y es sabido que lo real, lo que eriza o rasga la piel, lo que quema por dentro…da miedo.  Pensemos entonces que esto no ha sucedido. Pensemos que es otro más de mis (nuestros) cuentos. Y démosle la fantasía que necesita para hacer justicia a nuestra historia.

Aún me recuerdo llenando aquella cesta de mimbre de harina, mantequilla y huevos…azúcar siempre tenías en tu casa. Aún no entiendo porqué me hacías llevar los huevos! Sabías lo patosa que era… Me ponía aquel poncho rojo que tanto te gustaba y salía a toda prisa. Sabes que llegaron a decir que eras mi abuela?  cada vez que lo leo no puedo evitar reír al comparar tu cuerpo perfecto con el de mi…abuela.
También dicen que atravesaba todo un bosque para ir a verte. Ahí no iban muy desencaminados…el camino era más duro y tenía más obstáculos que un frondoso y oscuro bosque.  Pero cuando conseguía llegar a tu puerta…el resto del mundo desaparecía y ya solo estábamos tu y yo. Cuantas veces me quedé a medio camino! Demasiadas, quizás. Pero es que a veces el bosque parecía invadido por la maleza y no llevaba herramientas adecuadas! Espero…sé…que lo entiendes.

Siempre era invierno…me gustaría tanto saber si tu lo recuerdas igual…te pareció invierno a ti también? Y sé que eso es imposible…pero tan solo recuerdo una noche de verano; aquella noche de verano.  Así que ya se como empezará nuestro cuento.


Érase una vez yo, Valerie. Una joven de piel blanca y pelo oscuro que vivía en un pequeño pueblecito llamado “Le Negre”. Era una de las últimas noches del mes de Septiembre. Aún hacía el mismo calor que cualquier noche de verano pero había un viento extraño y, como cada viernes, salí directa a la biblioteca para coger un nuevo libro. Cerré la pesada puerta con un gran golpe mientras luchaba contra el viento. Todos, bueno, las cinco o seis personas que estaban me miraron con mala cara y yo no pude evitar reírme (una noche me confesaste que ahí te enamoraste de mi)Dejé el libro que traía en el mostrador y acto seguido fui derecha a la cuarta librería, la que alumbraba el cartel de “Fantasía”. Pero mis manoletinas hacían mal contacto con las baldosas y terminé, como no, en el suelo. “Desde aquí aprendo a verlo todo desde otro punto de vista!” dije mientras una mano más segura que delicada me ayudó a ponerse en pié. Me perdí en tus labios mientras susurrabas un simple “estás bien?”.  Y de esa manera, entre miles de letras y de cuentos, nació nuestra historia. Recogiste el libro que iba a devolver: “Cuentos de la Noche”. Y de ahí surgió nuestra primera conversación. Resultó que vivíamos muy cerca y sin embargo no nos conocíamos. Jamás nos habíamos cruzado antes.
Las horas se convirtieron en segundos mientras nos inundábamos en historias entre susurros y las puertas de la biblioteca cerraron. Ahí estábamos, junto a una puerta cerrada en una noche de viento extraño, hablando sin parar. Seguíamos entre susurros aun fuera de la biblioteca… excusa para tenernos aún más cerca…
Comenzó a chispear, y en cuestión de un minuto nos vimos en medio de una tormenta de verano corriendo hacia un techado de la calle de en frente. “Vivías aquí al lado, verdad?”, te pregunté con ganas de más. “si….bueno…pero tengo una cabaña en el bosque donde guardo todos mis libros. Vamos?”. No me dejaste ni contestar. Agarraste mi mano, esta vez con más delicadeza que firmeza, y echamos a correr.

Esa fue la primera noche que pasé en tu cabaña. Bajo la excusa de un bloque de páginas lleno de extrañas y reales (aunque quizás solo a medias) historias de amor. Aquella noche conocí una parte mía que estaba dormida, y al mismo tiempo demostramos que en un mundo como el nuestro aún quedan atisbos de humanidad y de inocencia, que aquellos cuentos a los que la gente tachan de “bobadas para niños” un día fueron historias reales que alguien quiso dejar por escrito para que no se las llevara el viento quedando en el olvido y, de esta manera, tuviéramos a lo que agarrarnos cuando perdiéramos la fe en las personas.

Última noche del verano y aun así la poca ropa que llevábamos estaba empapada en sudor. Abrí la ventana mientras me tomaba la infusión que me preparaste. No debí hacerlo. Los animales de la noche acechaban…y sus ojos estaban preparados para la oscuridad. Me cogí el pelo para paliar el calor. Cuántas veces me dijiste después que te encantaba mi cuello al descubierto. Me miraste y sin mediar palabra, con la naturalidad de con la que la hacen los amigos de toda la vida,  te ofreciste a untarme un ungüento por el tobillo que se torció aquella tarde.  (Si tratas de recordar…seguro que escuchaste lo rápido que me latía el corazón cada vez que tu mano acariciaba mi piel…cada vez que notaba los pocos centímetros que separaban nuestras bocas…cada vez que te desprendías de una de sus prendas…) Pasamos la noche piel con piel. Era la primera vez que me sentía tan a gusto sin apenas tela…nuestras manos, entrelazadas con la inocencia con la que un niño agarra a una madre, encajaban a la perfección; nuestras curvas cambiaban de postura completamente en armonía; jugabas con mi pelo, suelto, salvaje…Pasé la noche medio despierta…o entre sueños desvelados…. Los minutos pasaban entre letras, terciopelo y miradas desnudas…y se convertían en horas…y las horas dejaban pasar la noche, una noche que no quería que terminara nunca, ya que la luz del día traería consigo preguntas, mentiras…y la realidad.

Valerie! Debiste cerrar la ventana! Me dijiste hace poco…

No tardaron ni un solo día en enterarse de lo nuestro aquellas bestias del bosque. A la mañana siguiente, mientras volvía a casa, amor, me crucé con un grupo de cazadores amigos de mis abuelos que me preguntaron de donde venía, e ilusa de mi traté de mentirles…solo tú tienes el valor de vivir dentro del bosque, y no hay nadie en toda la comarca que no lo sepa…probablemente ahí comenzó el rumor.
Pero te juro, mi vida, que no fui consciente  de todo lo que pasaba a nuestro alrededor, que viví cada día y cada noche por y para ti.

A partir de esa última noche de verano, comencé a escaparme cada viernes directa a la cabaña del bosque. Tu me esperabas con una de tus infusiones, un par de onzas de chocolate, incienso de fondo y uno de tus cuentos preparado para hacer su papel de excusa para echarnos en la cama. 
Creamos un mundo a parte…Nuestro Mundo. Mundo de citas de Cortázar y canciones furtivas. Mundo de acordes de guitarra y collares de tierra. Mundo fuera de hora y de lugar, de pecados compartidos. Mundo… fuera del Mundo. Y nos olvidamos del que nos esperaba tras la maleza.

Poco a poco pasaron de ser los viernes para ser cualquier día de la semana. Eso sí, siempre de noche. Llegué a escaparme por la ventana, lo recuerdas?  Su sueño era muy profundo…aún no entiendo como no me echó en falta en la cama…frío hasta para eso.

Duró tan poco, amor…que injusto…

Aunque él a penas notaba mis escapadas, el resto del pueblo no dejaba de hablar y…se enteró. No recuerdo todo lo que llegó a decirme, pero tampoco me importa ya. Tan solo le vi salir en busca de aquel lobo feroz del que le hablaron. Fui detrás de él, pero estaba decidido. Directo a tu…nuestra cabaña. Escopeta en mano tiró la puerta abajo. Yo lloraba y gritaba, veía todo nublado…lo recuerdo todo a saltos. Lo que sí tengo grabado a fuego fue su cara cuando te vio.

Ni lobo, ni abuela…una mujer más dulce y delicada que yo si cabe. Capaz de enamorar hasta al más fría de las fieras.

Se dio la vuelta y se fue. Tirando de mi mano, no como lo hacías tu…con brusquedad. El moratón que me salió me dolía en el pecho cada vez que lo veía los días siguientes.

Al final la decisión fue únicamente mía y no es justo culpar a otros. Ódiame a mi…me lo merezco…por cobarde, por alardear de una manera de vivir que no soy capaz de sujetar, por prometer desde el corazón sin dejar a la cabeza decidir, por darlo todo y llevármelo sin echar la mirada atrás.
Si miré atrás, Aroa, cada día que ha pasado desde entonces se me ha clavado en el costado, se me han nublado los recodos…Desde que no formas parte de mi vida se han acabado los cuentos en la noche, se me han prohibido los libros por si nos cruzamos de nuevo, no duermo por las noches porque se me acabaron las infusiones…no encuentro ese Mundo que me hacía ser yo en toda mi esencia…NUESTRO MUNDO. una parte de mi está muerta…Así que supongo que entonces puedo decir:

…que ya no puedo morir más por decirte
que te estoy echando de menos…


Así que la joven Caperucita Roja, ni era tan joven…ni llevaba una caperuza. Era una mujer con un poncho rojo, y otras veces un abrigo negro, que un día conoció a alguien a quien algunos quisieron ver como un lobo. Y en el cuento jamás hubo una abuela a la que visitar, sino una mujer preciosa que a penas me llevaba un mes de edad, y con el valor suficiente para vivir en una cabaña en el bosque junto a sus cuentos.





 
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